domingo, 13 de febrero de 2022

Aflora


Aflora.

Aflora le decía su madre desde lo más profundo de sus entrañas.

Allí era sólo un bebé rodeado de musgos, enormes árboles y una frescura incomparable.




En La Raya iniciaba su camino. Desde su nacimiento ha estado escoltado por un enorme ejército de piedras y por eso entendía que su camino sería libre pero torrentoso. El sol se reflejaba en su líquida piel y la luna, vanidosa, observó todos los perfiles de su blanco rostro.

Pequeños arroyos se unían a su camino haciéndolo más grande. Cada uno le aportó lo suficiente y necesario para hacerlo crecer metro a metro. Pasó por Los Baños y La Susana. Se dejó abrazar por La Mansión y Santa Clara, hasta llegar a un descanso en los remansos de Las Playas.

Vio sancochos, niños y familias felices. Amigos que se regocijaban con su paso y que disfrutaban de su refrescante saludo.

Por la casona grande de El Jordán pasó rodeando sus amplios patios. Cada vez se hacía más grande gracias al aporte de sus amigos los arroyos. En El Molino disfrutó de la piedra, del espumero, del charco de las brujas y del dulce olor de las guayabas. Sintió la alegre música de don Emilio en la fonda de Los Guaduales y siguió su camino atravesando la polvorosa vía.

Sintió que en ese instante había más silencio, pero también empezó a sentir el vértigo de un cañón que lo hacía más fuerte. Transitó por La Escuadra y el Charco del Seminarista hasta llegar a La Planta. Nuevamente los pequeños remansos aliviaban su continuo camino y esta vez percibió extrañas lenguas que provenían de Riverside. Parecía Babel pero enriquecido, modernizado y aportante.

La Estrella lo venía acompañando desde hacía un largo rato, pero la velocidad hacía que a veces no se diera cuenta de estas compañías. De esa manera habían pasado La Aguada y La Selva.

El Patudo le enseñó sobre la diversidad de Cestillala y Palo Santo, preparándolo para su aventura por el enorme tobogán de piedra. A Buga llegó y se nutrió de La Quebradona para ingresar al agreste paso por La Viña.

A la altura de Santana sintió que su cuerpo se dividía en un delgado y frágil hilo, pero a la vez en un presurizado y fuerte chorro capaz de mover turbinas. Alcanzó a pensar era un sueño. Sólo se dio cuenta que no era cierto al sentir que aquel fuerte chorro caía sobre su transparente hilo. Solo bastaron unos cuantos metros cuando nuevamente su cuerpo se dividió. Aquel paso por La Cabaña ya había partido su alma en dos ocasiones.

El sol calentaba su frágil hilo y evaporaba gran parte de su espíritu, mientras que un enorme tubo comprimía la parte más fuerte de su cuerpo. Extrañaba su todo. Al final, cuerpo, alma y espíritu, de aquel escoltado río que afloró, sólo se unieron nuevamente al nutrir el caudaloso Cauca.

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